¿Quién soy yo para estar aquí?
Sobre ese sentimiento que se cuela justo cuando empiezas a brillar.
¿Cuántas veces has sentido que, por mucho que hagas, no es suficiente?
Que quizás te eligieron por error.
Que fue suerte.
Que no deberías estar en ese lugar, en esa conversación, en ese momento.
Que no te pertenece. Y que no perteneces.
Aunque te digan lo contrario, aunque tu trabajo hable por ti, aunque haya pruebas objetivas de tu valía… hay una vocecita que no se calla.
Y lo más curioso es que cuanto más avanzas, más fuerte habla.
Cuanto más logras, más se asoma.
Como si el éxito, en vez de darte seguridad, te pusiera aún más nervioso.
Esa vocecita se llama síndrome del impostor.
Y no está sola en ti. Está en muchísimas personas. Más de las que imaginas.
¿Qué es, en realidad, el síndrome del impostor?
No es inseguridad.
No es humildad.
No es tener un mal día.
Es la creencia persistente de que no mereces lo que consigues. Esa creencia de que no mereces más.
Es el miedo a que, en cualquier momento, alguien “descubra” que no sabes tanto, que no vales tanto, que no eres tan válido como pareces.
Es vivir tu propio éxito como si fuera un disfraz.
Uno que, si se cae, dejará al descubierto tu “verdadero yo”: esa versión tuya que no crees suficiente.
Y lo más fuerte es que ni siquiera necesitas que pase nada malo para sentirlo. Puedes estar en tu mejor momento, y aun así pensar que es cuestión de tiempo que te pillen. Como si estuvieras en un escenario, actuando un papel que no te pertenece, esperando el momento en que se den cuenta de que no eres tan brillante como creen.
El síndrome del impostor no entiende de lógica. Puedes tener mil razones para confiar en ti, y aun así sentirte como si estuvieras improvisando todo. Como si fueras una estafa a punto de ser descubierta.
Lo más perverso del síndrome del impostor es que no necesita pruebas.
Funciona como una emoción.
No importa lo que hayas conseguido.
Solo importa lo que sientes que no eres.
Porque nuestra mente no distingue la realidad de la ficción. Tenemos que empezar a utilizar esto para potenciarnos y no para hacernos pequeñitos.
¿Y si no es un síndrome, sino una señal?
Sí, has leído bien.
¿Qué pasaría si ese “síndrome” fuera, en el fondo, una señal de crecimiento?
Porque nadie que esté estancado se siente impostor.
Nadie que se quede donde siempre estuvo, duda de si está a la altura.
El impostor aparece cuando estás subiendo un nivel.
Cuando estás saliendo de la zona confort.
Cuando estás empezando a vivir desde un lugar que todavía no habías probado.
La mente duda porque no tiene referentes.
Porque no ha estado ahí antes.
Pero eso no significa que no estés preparado.
Cómo empezar a callar esa voz (o al menos bajar el volumen)
💡 1. Separa los hechos de las emociones
Haz una lista objetiva de tus logros. Sin modestia. Sin adornos. Solo hechos.
Verlo en papel muchas veces rompe el hechizo del “yo no soy para tanto”.
💡 2. Cambia la narrativa interna
Cada vez que tu mente diga “no estoy a la altura”, respóndele:
👉 “Estoy aprendiendo.”
👉 “No tengo que saberlo todo para empezar.”
👉 “Nadie nace sabiendo.”
💡 3. Habla de esto con alguien de confianza
A veces basta con compartirlo para darte cuenta de que no estás sola.
Que a esa persona que admiras también le pasa.
Que lo que sientes es más común de lo que crees.
💡 4. Deja de esperar a sentirte listo para actuar
La acción genera confianza. No al revés.
No necesitas sentirte seguro para hacerlo.
Necesitas hacerlo para empezar a sentirte seguro.
¿Y si fueras suficiente, incluso con tus dudas?
A lo mejor no tienes que demostrar nada.
Ni saberlo todo.
Ni estar 100% seguro para avanzar.
A lo mejor lo único que necesitas es permitirte estar en el proceso.
Porque ser impostor no significa que no sepas.
Significa que estás creciendo más rápido de lo que tu mente puede asumir.
Y eso no es un defecto.
Eso es un signo de valentía.
Y ahora dime
¿Qué es eso TAN GRANDE que no puedes conseguir? ¿Por qué no te lo quieres permitir?
¿Qué pruebas necesitas para creerte lo que ya eres?
Hazlo igual, incluso con miedo.
Porque la voz que te cuestiona no se va.
Pero tú sí puedes elegir no seguirla.
Nos leemos el próximo domingo,
💛Teresa